
No enciendas tus intermitentes
Si eres alguien que maneja un automóvil (o una motocicleta) posiblemente aprendiste alguna vez que si te encuentras en una situación de emergencia o alerta, lo primero que tienes que hacer es encender tus intermitentes: así les avisas a otros conductores que reduzcan su velocidad para que no te choquen.
Todos lo hemos aprendido. Nos lo han “machacado” una y otra vez.
Cuando voy a mi casa saliendo del trabajo, casi todos los días hay un punto en el camino donde pasamos de 90 a 30km/h en cuestión de no más de 500 metros. Invariablemente enciendo mis intermitentes. Y el conductor de atrás, y supongo que el de atrás de él. Y así evitamos choques.
Después de manejar por más de 20 años he aprendido que encender las intermitentes funciona de maravilla para evitar accidentes.
Pero no todo el tiempo. Hay momentos en los que encender las intermitentes puede ser una sentencia de muerte.
Literalmente.
Esto lo aprendí el año pasado cuando pasaba en una carretera de alta velocidad en medio del desierto de Nuevo México. Es una carretera donde el límite de velocidad es de casi 130km/h (80 millas por hora).
Y, de pronto, una serie de anuncios luminosos alertaban sobre la posibilidad de tormentas de arena. Uno de esos anuncios decía:
IN CASE OF SANDSTORM
PULL OVER
TURN OFF YOUR LIGHTS
Sí, leíste bien. La instrucción es detenerse, orillarse y apagar las luces hasta que pase la tormenta de arena.
¿Porqué?
Porque todos los conductores hemos sido entrenados a seguir las luces: luces=camino. Cuando hay tormentas de arena (o de nieve, o mucha neblina) la visibilidad es casi nula. Como no se ve el camino los conductores instintivamente siguen las luces, quizá reducen su velocidad, pero no frenan.
Entonces, si estás en medio de una tormenta de arena, donde la visibilidad es casi nula, orillarte y encender tus intermitentes es decirles a los conductores de atrás “síganme, es por aquí”. Aunque estés totalmente detenido y afuera del camino. Aunque no, no sea por ahí.
Y es donde tienes que desaprender esas lecciones que la vida te ha machacado por décadas.
En este caso, quienes usualmente manejan en condiciones de este tipo ya saben lo que tienen que hacer: frenarse, apagar sus luces y esperar que la tormenta pase. Son los novatos, como yo en esa ocasión, los que no sabríamos cómo responder, los que nos orillaríamos y, como ciudadanos responsables, encenderíamos las intermitentes.
¿Cuántas lecciones has aprendido por décadas, cuántos “shortcuts”, cuántos “if/then” has aprendido sin conocer las excepciones donde no aplican?
Los atajos mentales (como el de “peligro=encender intermitentes”) pueden ser muy útiles. Ahorran tiempo. Nos permiten tomar menos decisiones. Pero hay que tomar en cuenta cuándo pueden no funcionar o incluso ser contraproducentes. Eso lo puedes aprender por experiencia (darte cuenta de qué pasa si te orillas en medio de una tormenta de arena y enciendes tus luces, pero puede ser muy caro) o aprendiendo de las lecciones de otros (el letrero luminoso).
Ese aprendizaje puede ser muy caro o muy barato. Aprendiendo. Desaprendiendo. Así es como creces.